Hoy quiero proponeros una reflexión que se me ocurrió porque este fin de semana estuve en una boda. Conocí a gente nueva y tuve estupendas conversaciones. Y en una de ellas, una mujer muy guapa y llena de vida me contaba que tenía 40 años, estaba divorciada y tenía dos hijos (el mayor de 18 años). Quienes estábamos en la conversación le devolvíamos lo maravillosa que estaba y lo poco que aparentaba tener 40 años, y mucho menos dos hijos de esas edades.
La cosa es que ella nos confesó que esa belleza externa que nosotros/as veíamos, era el reflejo de lo bien que se sentía por dentro. Sin embargo no siempre había sido así. Su vida no había sido nada fácil. Había sido madre joven, en un pueblo andaluz, donde la criticaron por ese hecho, separada después, y estuvo en boca de todo el mundo durante años. Me confesaba que vivir de acuerdo a lo que se esperaba de ella era lo único que podía salvarla del escarnio... a los 30 años decidió marcharse y ser libre, feliz por fin en otro lugar. Decisiones duras que tuvo que tomar porque la presión era muy muy grande.
Y yo pensaba después en lo difícil que debió de ser para ella, tan joven y con dos niños; y llegar a tomar decisiones que le cambiarían la vida, y traerían otras consecuencias. Y todo porque otras personas no podían respetar sus equivocaciones, elecciones y decisiones.
Pero claro, de repente me di cuenta de que todos/as hacemos eso en el día a día con quienes tenemos cerca. La gran mayoría de veces sin ser conscientes de esa actitud nuestra, pero ahí está...
Es posible que no en casos como el de esta chica, pero sí en otros más triviales, más ligeros.
Yo te animo a que revises tus últimas semanas y te plantees en qué momentos has podido ejercer presión sobre otra persona sólo por no haber entendido su elección, o por no haberla respetado plenamente. Incluso me atrevo a que lo cambies y le des la vuelta a la situación. Estoy absolutamente segura de que la persona que reciba tu cambio te devolverá sólo cosas buenas.
Nuestras creencias y valores nos marcan el camino a seguir, pero sólo el nuestro. Otras personas tienen sus propios valores y por ello también sus propias sendas a seguir. Y no es malo, sólo distinto... Al final lo único importante es que nos respetemos y que nos juntemos con aquellas personas que comparten nuestra forma de ver la vida y de vivir. No es necesario que seamos iguales... En realidad, somos distintos. ¡¡Y menos mal!!
Recuerda que no hay un único camino... y disfruta del aprendizaje.