martes, 8 de septiembre de 2009

Las personas de nuestra infancia



Hace unos meses tuve la suerte de participar en un encuentro, o mejor dicho reencuentro, con la gente con la que había crecido y estudiado hasta los 14 años. Hacía otros 16 años que no nos veíamos, y suponía para mí una felicidad enorme retomar el contacto diversos motivos: porque las despedidas no habían sido realizadas en aquel tiempo con todo el mundo, porque sentía curiosidad por saber qué elecciones habían tomado en su vida, y sobre todo porque les seguía queriendo. Sin duda, los vínculos tan tempranos a mi me han dejado huella. Me sorprendió increíblemente sentir tanta cercanía con gente prácticamente desconocida… no lo puedo explicar, pero para mi fue especial, muy especial.



Y también, días después, me tuvo pensando este fantástico encuentro con mis compañeros/as de infancia… Cuando estaba en el colegio, el profesorado, a través de sus juicios, de los comentarios, o simplemente el trato preferente hacia algunos niños, nos daba pistas acerca del rol que cada uno/a podíamos adoptar (y muy probablemente adoptaríamos). Así, había un grupo de torpes, otro de inteligentes y que tenían un futuro prometedor, el grupo de las balas perdidas, el de los invisibles… y todo esto con matices personales, dedicados a cada niño/a de manera individual. Y eso nos marcó. Quizás no determinantemente a muchos, pero si a otros. Puede que los más fuertes salieran del rol asigado si no les gustaba, que fueran capaces de evolucionar, y sobre todo de no creerse aquello que se nos transmitía. Imagino que otros no fueron tan capaces. Y me acuerdo de lo que escribía hace un tiempo acerca de la profecía autocumplida; aquella que hablaba de la influencia que las ideas y las palabras ejercen sobre nuestro comportamiento, y en definitiva sobre la realidad.



Sin duda, las expectativas que pusieron sobre muchos/as de nosotros/as nos ayudaron a superarnos, tanto cuando queríamos demostrar que no era cierto aquello que se manifestaba de nosotros/as como cuando queríamos no defraudar o seguir siendo “queridos”. Pero no siempre nos ayudaron las que negaban las capacidades que estaban, pudiera ser que aletargadas, pero presentes y con todo su potencial preparado para ser desplegado. Como escuché una vez en una famosa película: “Lo malo es mucho más fácil de creer”. Y añado: y, por tanto, de asumir.

Siendo honesta conmigo misma sé que, probablemente y porque fue el modelo que aprendí, cometeré el error de poner en mis hijos/as y sobrinos/as mis expectativas, de insistir en no dejar que salga lo bueno que cada niño/a tiene y darle la libertad de explorarlo con tiempo, sin prisa y con amor. Pero sí he decidido y sé que procuraré tenerlo muy presente para evitarlo en la medida de lo posible. Quizás sea un homenaje a esos niños/as que fuimos una vez, y que aprendimos desde pequeños/as a superar las adversidades del camino.

Laura

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