Comienzo este post de hoy contándoos una anécdota que a su vez me contaba una amiga mía hace tiempo. Cuando era pequeña vivía subida en las nubes. Siempre había sido una buena estudiante, líder en el grupo de iguales, halagada por profesoras y querida por su familia. Tanta perfección le trajo consecuencias.
Un día al llegar la adolescencia, tras una discusión con su madre, esta se fue a su habitación y volvió con un pequeño librito. Se lo ofreció y le dijo: “Lo he comprado para ti. Me gustaría que lo leyeras”. En medio del enfado y altanería, mi amiga leyó el título y, de golpe, le cambió la expresión de su rostro y la postura de su cuerpo. Ponía: “Soberbia ¿yo?”. Mi amiga, ya a solas, se dio cuenta de que efectivamente padecía de soberbia. Y ahí comenzó su trabajo personal para convertirse en una persona humilde.
Confieso que me fascina este pecado. Es realmente peligroso puesto que consiste en una deformación de la percepción de la realidad de uno mismo por exceso. ¿Qué significa esto? Como dice Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría, significa que la persona soberbia se concede más méritos de los que tiene. Es la trampa del amor propio: estimarse muy por encima de lo que uno vale. Es falta de humildad y por tanto, de lucidez. La soberbia es la pasión desenfrenada sobre sí mismo. Apetito desordenado de la propia persona que descansa sobre la hipertrofia de la propia excelencia. Es fuente y origen de muchos males de la conducta y es ante todo una actitud que consiste en adorarse a sí mismo: sus notas más características son prepotencia, presunción, jactancia, vanagloria, situarse por encima de todos lo que le rodean. La inteligencia hace un juicio deformado de sí en positivo, que arrastra a sentirse el centro de todo, un entusiasmo que es idolatría personal.
…La soberbia es más intelectual y emerge en alguien que realmente tiene una cierta superioridad en algún plano destacado de la vida. Se trata de un ser humano que ha destacado en alguna faceta y sobre una cierta base. El balance propio saca las cosas de quicio y pide y exige un reconocimiento público de sus logros.
Llegados a este punto, resalto algo que también comenta el autor: “Ante la soberbia dejamos de ver nuestros propios defectos, quedando éstos diluidos en nuestra imagen de personas superiores que no son capaces de ver nada a su altura, todo les queda pequeño. … Es una tendencia a demostrar la superioridad, la categoría y la preeminencia que uno cree que tiene frente a los de su entorno”.
Para ilustrar todo esto y llegar a una nueva conclusión, os cuento la fábula del León soberbio:
Un día el viejo león se despertó y conforme se desperezaba se dijo que no recordaba haberse sentido tan bien en su vida.
El león se sentía tan lleno de vida, tan saludable y fuerte que pensó que no habría en el mundo nada que lo pudiese vencer. Con este sentimiento de grandeza, se encaminó hacia la selva, allí se encontró con una víbora a la que paró para preguntarle.
"Dime, víbora, ¿quién es el rey de la selva? le preguntó el león.
“Tu, por supuesto”, le respondió la víbora, alejándose del león a toda marcha.
El siguiente animal que se encontró fue un cocodrilo, que estaba adormecido cerca de una charca. El león se acercó y le preguntó: “Cocodrilo, dime ¿quien es el rey de la selva?”
“¿Por qué me lo preguntas?”, le dijo el cocodrilo, “si sabes que eres tú el rey de la selva”.
Así continuó toda la mañana, a cuanto animal le preguntaba todos le respondían que el rey de la selva era él. Pero, hete ahí que de pronto, le salió al paso un elefante.
“Dime elefante”, le preguntó el león ensoberbecido “¿sabes quién es el rey de la selva?”
Como única respuesta, el elefante enroscó al león con su trompa levantándolo cual si fuera una pelota, lo tiraba al aire y lo volvía a recoger...hasta que lo arrojó al suelo poniendo sobre el magullado y dolorido león su inmensa pata.
“Muy bien, basta ya, lo entiendo”, atinó a farfullar el dolorido león, “pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto, porque no sepas la respuesta”.
Efectivamente. A la soberbia le cuesta ver sus defectos, pero además, reconocer las virtudes ajenas. Ha de mantenerse por encima de los/as demás.
En este caso, el león necesitaba oír de sus semejantes lo superior que era. Sin embargo, no todas las personas orgullosas (como sinónimo en este caso) necesitan el halago de los otros/as ya que se valen solitos/as para elogiarse a antojo tanto si es a tiempo como si no.
Lo que yo he observado en este tipo de personas es la capacidad que tienen para crear sobre si mismas una atmósfera grandiosa, donde esperan el reconocimiento del resto de individuos.
Se muestran arrogantes, despectivos/as, fríos, impertinentes, mordaces y engreídos/as.
¿El antídoto contra este defecto? La HUMILDAD. La humildad es realista. Es un modo de vida. Sabe de sus virtudes y de sus defectos, y vive respetándolos. Cambia aquello que no le gusta y no se vanagloria de aquello en lo que sobresale. Se convierte en equilibrio cuando se une a la autoestima. Pero es la virtud más difícil de alcanzar. Requiere de templanza, honestidad, serenidad…
Quiero acabar este post con unas palabras de Enrique Rojas que me encantan, y con las que estoy absolutamente de acuerdo. Son de una gran sensibilidad. Aquí os las dejo. Que la disfrutéis…
“Sólo el amor puede cambiar el corazón de una persona. Cuando hay madurez, uno sabe relativizar la propia importancia, ni se hunde en los defectos ni se exalta en los logros. Y a la vez, sabe detenerse en todo lo positivo que observa en los que le rodean. Saber mirar es saber amar. A lo sencillo se tarda tiempo en llegar”.