En las últimas semanas he tenido que atender a varias personas mayores que, por sus circunstancias, deberían ser cuidadas por sus familiares pero que se niegan a aceptar dichos cuidados, a pesar de la insistencia y voluntad de dichos familiares. A veces resulta complicado asumir la realidad, ver que tu físico cambia, que los años pasan y ya no eres esa persona autónoma e independiente que organizaba su vida con plena libertad. Llegan los achaques, la incapacidad para hacer las cosas más cotidianas como ducharse, cocinar e incluso vestirse; y, si en ese momento, se nos olvida mirar a nuestro alrededor para ver si contamos con el privilegio del cuidado de quien nos quiere reaparece el síntoma de la inmadurez.
Inmadurez: ese extraño fenómeno que nos acoge en diferentes momentos de nuestra vida y que tiene que ver con no aceptar el momento vital que nos toca con la paz, responsabilidad y humildad suficientes como para saber hasta donde podemos hacer y hasta donde debemos dejarnos hacer.
Un adolescente (al que el contexto asume como persona inmadura) está convencido de saber a ciencia cierta como funciona el mundo y se aventura seguro de una realidad que simplemente está empezando a intuir; y, a veces, puede ocurrir que en la vida adulta e incluso en la senectud retomemos la esencia adolescente y nos creamos capaces de hacer frente, sin ayuda, a una realidad que cambia más rápidamente que el tiempo que tardamos en levantarnos de la silla. Por ello, pasa que nos lamentamos ante las inminentes despedidas a las que hemos de hacer frente (nuestra casa, nuestras costumbres), negando las posibilidades que quedan abiertas ante nosotros: el reencuentro con quienes un día estuvieron a nuestro cuidado y que hoy son nuestr@s cuidadores.
Patricia
3 comentarios:
Hola Laura este post me toca de cerca, ya que mi madre padece un parkinson avanzado, está muy deteriorada y por supuesto tuvimos que llevarla a un hogar de ancianos, (muy a pesar nuestro).
una decisión que a mi hermana y a mi nos costo años de terapia, lamentablemente no podíamos atenderla nosotros, porque tiene que usar pañales y no come por boca sino por vía parental.
Cuando vamos a verla porque la amamos y estamos en contacto permanente con ellas sufrimos inevitablemente, porque era una mujer muy activa, hace poco tuvieron que amputarle una pierna y su cuerpo ya no da más.
Pero mis creencias en el karma y tantos años de estudios filosóficos me dan la paz que necesito para afrontar ésto hasta su decenlace y ayudar a quienes me rodean.
Un fuerte abrazo querida Laura.
Querida Adriana,
muchísimas gracias por compartir esta experiencia vital con nosotras. Realmente eres fuerte, amiga! La vida te ha puesto (y a tu familia) ante un importante reto y lo has superado. Enhorabuena, de verdad.
Qué maravilloso trabajo hizo vuestra madre al educaros en el amor incondicional. Ahora recoje lo que sembró, que fue mucho.
Te mando un fuerte abrazo y mi más sincera admiración.
Alguien muy cercano a mí murió la semana pasada... se dejó cuidar, mimar, sin pudor...
Sabía lo que venía y nos permitió despedirlo con la paz interna de haberlo cuidado hasta el último día.
Gracias por tus reflexiones Laura
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