Expresarnos con libertad es un derecho adquirido que, como todos, también tiene sus limitaciones. La libertad de expresión no pasa porque yo pueda en cada momento decir lo que pienso, si eso que pienso agrede a la persona que tengo en frente. En el momento en que mi opinión se transforma en agresión la libertad se ha quedado en algún momento del proceso; rezagada por la vergüenza de observarse manipulada para insistir en el mantenimiento de una sociedad desigual, discriminatoria e irrespetuosa.
Somos responsables de aquello que hacemos y por supuesto, también de lo que decimos. Juzgar, criticar y cuestionar son la expresión más negativa del lenguaje. Cuando el juicio y la crítica se ponen en marcha sin la compañía de la humildad pueden resultar muy perjudiciales.
Respeto y humildad han de ir siempre de la mano, sólo así aquello sobre lo que hablemos podrá ser aceptado. Humildad y respeto…sin ellos nos perdemos como seres sociales y nos convertimos en individualistas que hacen uso de su ignorancia para atreverse a cuestionar aquello que desconocen; a juzgar a quienes consideran distintos; y a invalidar la pluralidad de ideas, personas…almas. Dejamos de ser porque nos falta humildad y no dejamos ser porque nos falta respeto.
Cada día me reitero en la necesidad de escuchar y escucharnos; de aceptar a los demás y de aceptarnos; de reconocer y de reconocernos; para vivir en consonancia con un mundo donde la mezcla –de ideas, espíritus, intelectos- es sinónimo de riqueza, crecimiento y responsabilidad.
Patricia
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