viernes, 7 de mayo de 2010

Tu familia está entre tú y yo



Hay muchos motivos por los que pelearse con nuestra pareja, pero hay uno que es letal si no se trata de controlar con cabeza, humildad y sentido común: la familia de origen.

Cuando comienza la convivencia, cada miembro de la pareja viene con una historia de vida, una familia a las espaldas y una serie de creencias acerca de cómo hacer, sentir y actuar. Hoy me centraré en esa familia que tenemos y que representa para nosotros/as un aspecto fundamental para nuestra existencia. Tanto es así, que cuando nuestra pareja alude a ella, puede saltar en nosotros/as el resorte por el cual llegamos a plantear un enfrentamiento.



Una de mis maestras, Cristina Pérez Díaz-Flor, dijo que casi nunca las parejas rompen su relación por falta de amor. En realidad, suele ser por estos motivos: la fantasía de estar con otra persona y de que le irá mejor con ella; y la familia de origen. Y estoy absolutamente de acuerdo con ella. A lo largo de mi práctica profesional me he ido encontrando justamente con esto mismo.

Y es que tenemos lealtades hacia las personas que nos han criado, querido, sostenido y acompañado a lo largo de nuestra vida: la familia. Sentimos gratitud en muchos casos, y esa lealtad a veces nos ciega y les defendemos frente a nuestra pareja, incluso cuando no es necesario. Entramos en lucha de poder y tratamos de imponer nuestra forma “familiar” de hacer las cosas, o el tipo de decisiones que hubiera tomado nuestra madre o padre. También, solemos tratar de hacer las cosas como nos han dicho nuestros/as parientes acerca de cómo hay que hacerlas. Y eso, si no se controla, puede ser un gran problema.

Para empezar, cuando nos vamos a vivir con una pareja lo primero que debemos pensar es que se ha formado una nueva familia, y que es fundamental la comunicación y la confianza mutua para que se sostenga esa convivencia. Así, deberemos negociar. Siempre negociar. Y en esa estrategia no entran las imposiciones, ni los gritos, ni los reproches. Solo entra el diálogo calmado, la escucha activa, la comprensión, y una vez más, la confianza mutua. Sin esto, no llegaremos muy lejos. Debemos ser capaces de abandonar nuestra “cultura familiar previa” para hallar una nueva en la que se integren las que traen ambos miembros de la pareja. Y eso supone renuncias, acoples, modificaciones, honestidad y paciencia. También requiere reflexión acerca del mejor modo común de hacer las cosas, de definir juntos el camino, y de que ambas personas ganen. Así es la negociación. Ambas partes deben ganar.



Una de las cosas que suelo decirles a las parejas que acuden conmigo a terapia es: “Recuerda que si tu pareja pierde, tú pierdes. Al fin y al cabo, jugáis en el mismo equipo”.

A veces nos negamos a ver que jugamos en ese mismo equipo (la misma nueva familia), y que si nos dividimos frente al exterior, dejamos de serlo para formar islotes separados que luchan por “vencer” al otro/a. Pensadlo. No tiene ningún sentido. Sin embargo, así lo hacemos en muchos casos si no nos paramos a pensar en estas cuestiones.



¿Te ha pasado? ¿Te resulta familiar? ¿Has pasado una crisis por este tema?



Laura

2 comentarios:

Montse León dijo...

Si Laura, es muy difícil desprenderse de los condicionamientos,prácticamente los llevamos incorporados genéticamente y surgen muy a menudo y sin sentido impidiéndonos como dices tu, ser nosotros mismos y tomar conciencia.
Muchas gracias por tu labor. Un abrazo. Montsesa

Laura Rosales. Psicóloga y Experta en Terapia Familiar dijo...

¡Hola Montse!
Efectivamente llevamos incorporados muchos condicionamientos. Además, la ligadura familiar es invisible pero fuerte y resistente. Requiere de un esfuerzo consciente el liberarnos de lo que no nos sirve o nos obstaculiza, y quedarnos con aquello que sí nos aporta y facilita la existencia.
Muchas gracias por tu aportación y por apreciar lo que escribo :)