Nuestros pequeños y pequeñas ven atrapada su atención por los rasgos del código televisivo. Su atención se centra, hasta los 9 años aproximadamente en colores brillantes, música, imágenes de otros niños y niñas, de mujeres, y especialmente en aquellos estímulos auditivos y visuales que se dan al mismo tiempo, aunque priman el visual al auditivo. El ritmo también les seduce, necesitan volver a la información varias veces y requieren de apoyos verbales. Al pasar de los nueve años comienzan a darle más importancia al contenido y comienzan a captar la gramática de la TV. Así, por ejemplo, os daréis cuenta de que son capaces de anticipar que algo malo va a ocurrir cuando suena una música terrorífica. ¿No es maravilloso ir creciendo?
También la tv tiene una carga emotiva y, de alguna manera, también es una escuela de emociones ya que genera expresiones emocionales, reacciones emocionales típicas, creencias implícitas… Es en este punto donde nos necesitan especialmente. Existe un fenómeno, el de la discrepancia, que consiste en el distanciamiento que debemos poner entre nuestra emoción y el personaje que vemos. Las personas adultas somos capaces de volver a la realidad, de distanciarnos, sin embargo, al niño/a le cuesta regresar a la vida real porque le cuesta distinguir entre su propio yo y el del personaje que está visionando. Debemos ayudarles a interpretar los contenidos emocionales y a que establezcan esa distinción entre si mismos/as y las personas que aparecen en pantalla. En este sentido, la familia tiene una función mediadora al ayudarles a interpretar lo que están viendo. Además, nuestra función ha de ser la de dosificar el consumo de la televisión, seleccionar el contenido del mismo, contextualizar y valorar los programas a los que tienen acceso, y aprovechar la tv como herramienta educativa.
Lo que no ayudará a nuestra labor como educadores y educadoras es prohibir la tv, utilizarla como premio o castigo, y mucho menos utilizarla para que nos dejen tranquilos/as a modo de niñera.
Sabemos que educar no es fácil, pero sí una responsabilidad. Y como lo es y no dejará de serlo aunque no tengamos tiempo, ganas o experiencia, mejor será atender a esta realidad. Os propongo un análisis sincero de cómo gestionáis el uso de la tv en casa, y que os marquéis retos en la educación de vuestros/as pequeños/as. Se lo merecen y nos lo merecemos. De ellos depende el futuro.